LA
VIDA SIGUE EN LAS RUINAS DE LA ANTIGUA UXAMA
Muchas veces paseo por la ciudad de
Uxama Argaela, los restos de la casa de los Plintos, el foro, las
cisternas, me hablan y veo como la ciudad cobra vida e imagino los rostros de entonces, sus calles,
el latín de sus habitantes…, he aquí mi relato.
La pálida luz de la luna revela un
rostro hermoso, de un color blanco, marfileño.
Su cabello es negro y brillante, el modo en que lo lleva peinado hacia
atrás, dejando la frente despejada, resalta el fino contorno de sus pómulos y
la suave línea de la nariz.
Es Emilia la joven
patricia que vive en la magnífica
casa de los Plintos de la ciudad de Uxama Argaela. Su mirada
contempla desde una ventana la ciudad que se extiende en el horizonte, como alguien absorto en un
pensamiento profundo. A su alrededor solo hay
oscuridad pero la claridad difusa de la luna revela una espaciosa calle con
muchos comercios, las tiendas, que a estas horas están todavía cerradas. Es
sorprendente la oscuridad y el silencio,
silencio sólo roto por el sonido de un ladrido que resuena a lo lejos y
por los pasos vacilantes de un hombre que se apoya en el muro de la casa.
En la casa todos duermen, y eso permite a la
mujer recorrerla sin ser molestada.
A un lado de la puerta principal, en el
pasillo, un cuarto de pequeñas dimensiones, con un hombre adormilado en una
silla, es el joven esclavo que vigila la entrada, Davo.
Unos pasos más y el pasillo se abre
a un ambiente grandioso, el atrio. Una sala rectangular, amplia, con una gran abertura cuadrada sobre
la que penetra la escasa luz de la noche. Aquí están los bustos de los
antepasados de la familia, colocados en hornacinas, velando por los moradores de la vivienda. Sus rostros
serenos, tranquilos observan a Emilia, digna descendiente de su linaje. Este
atrio es colorido, con frescos que reflejan escenas de caza y donde se halla el altar dedicado a los lares que la
protegen. Es el lugar más importante de
la casa.
Emilia sigue en su deambular
y ve las habitaciones que se
abren al patio, los dormitorios, llamados cubicula,
visibles a la débil luz de los candiles. Corre una cortina y aparece el tablinum, el despacho en el que el señor
de la casa, el pater familias, Cayo,
recibe a sus clientes todas las mañanas. En el centro de este tablinum aparece una gran mesa, unas
sillas de madera bellamente torneadas y unas pequeñas esculturas tan
exquisitamente modeladas y pintadas que parecen vivas, también ve preciosos objetos de cristal, figurillas de
marfil y una amplia variedad de pinturas. Todos estos enseres están expuestos
en la casa con un gran sentido de la armonía y un talento natural para la
belleza.
Siguiendo su paseo
nocturno, llega al peristilo, el amplio jardín interior de la casa,
rodeado de una bella columnata y envuelto en una extraordinaria cantidad de perfumes
que proceden de las plantas ornamentales y aromáticas que se cultivan en el
jardín. En la tranquilidad de la noche se oye un murmullo de agua que brota de
una pequeña fuente, se trata de un niño con un delfín, de cuya boca sale un
chorro de agua que cae en un pilón semicircular. Es una exquisita obra de arte.
Aquel niño parece vivo, imitando el sonido del agua burbujeante, su risa
cantarina, mientras que el delfín parece preparado para saltar.
En este jardín se encuentran lilas, celindas, peonías, narcisos,
jacintos y tímidos capullos de rosas. Además crece un manzano, que Emilia
plantó con su propia mano, un ciruelo y los emparrados de las vides que
proporcionan una buena sombra en los meses de verano. Un oasis de paz y de tranquilidad en el que refugiarse de los ajetreos de la vida diaria.
Es un día de finales de abril, uno de esos días de primavera que
siempre se desea que duren eternamente.
Empieza a amanecer, Emilia
ya escucha a las esclavas trabajando en la cocina, esclavas que tras encender el fuego calientan la
comida en unos hornillos sobre los que se han puesto las cacerolas y ollas de
bronce. Están preparando el desayuno, el ientaculum,
consistente en pan, recién hecho y untado con vino que es el desayuno preferido
de los niños, leche, miel y fruta. Mientras preparan el desayuno hablan y ríen
contándose unas a otras las labores que tienen que hacer a lo largo de día, y
los preparativos del banquete que darán esta noche los amos.
También se oye el abrir de los cortinones de las ventanas, el
ruido de la escoba sobre el suelo, en definitiva es el despertar a la vida.
En la casa, ha comenzado la
actividad cotidiana, son las seis de la mañana. Es el esclavo de más confianza,
Marco, el que despierta al señor. Este sale de su cuarto un poco adormilado y
va al atrio, hacia el Larario, que parece un pequeño templo de forma triangular
en el que están situadas dos estatuillas que
son representadas por jóvenes de pelo largo, los lares. El señor recita
unas frases rituales y a continuación quema unas esencias. Con este sencillo
ritual se protege a la familia de Cayo de todo tipo de desgracias.
Ha llegado el momento de arreglarse
debidamente. El amo está de pie,
inmóvil. El esclavo le ayuda a colocarse la toga, ya que es muy difícil de poner
pero es el símbolo de la civilización romana y el distintivo social de los
ciudadanos romanos, así que hay que ponerla todos los días.
Ahora la actividad matutina ya está en todo su apogeo. En el
cuarto de Emilia, hay un ir y venir de mujeres, todas esclavas. Una de ellas está maquillando a su señora, tiene
el neceser de belleza abierto sobre el que se adivinan cremas, perfumes y coloretes,
contenidos en pequeñas ánforas de vidrio de diversos colores. Ahora se maquilla
el rostro, utilizando el albayalde para dar luminosidad y los pigmentos rojos
para dar un ligero tinte rosado a la tez, también se perfila los ojos, utilizando la tinta de
sepia y finalmente se da un color vivo a los labios utilizando el mineral de
minio. El resultado es perfecto, la joven
luce un aspecto resplandeciente. Pero deprisa, ya llega la peinadora. Trae una
serie de peines de marfil y tenacillas, tiene que retocar el pelo de la señora,
pero tendrá que trabajar poco, el pelo de Emilia ya está rizado. Ya está
perfecta.
El esclavo de confianza del señor, recorre toda la casa, todo está
preparado y ordenado. Hace una señal a Davo, el portero, que abre el pesado
cerrojo y la puerta muestra la calle. Fuera hay una multitud de hombres que
esperan, son los clientes. Han venido a pedir un favor, un consejo, una
recomendación……todos se dirigen al tablinium
a hacerle sus peticiones y así comienza Cayo, el pater familias, su jornada.
Mientras tanto las calles de Uxama empiezan a animarse, hay un ir
y venir de gente, sobre todo de esclavos, que con sus rápidos pasos empiezan a
recorrer la ciudad. Los esclavos de
Emilia llevan unos fardos pesados de ropa, van a las fullonicas a lavar la ropa de casa. De repente por el centro de la
calle se ve una litera llevada por esclavos y tapada con unos visillos que
impiden ver quien va en su interior. A ambos lados de la calles aparecen las
tiendas y locales.
Tito, uno de los esclavos de Emilia, entra en una tienda. La tienda tiene una fachada abierta a la
calle. Sólo hay un gran mostrador de obra que delimita en parte la entrada y
sobre el que se expone el género: nueces, dátiles, frutos secos, higos… la
tienda vende géneros de alimentación de distintos tipos.
Tito sigue su camino y va
hacia un largo soportal donde aparecen más tiendas. En primer lugar hay una
frutería (pomarius), le sigue un
fabricante de zapatos de señora (laxarius),
un comerciante de tejidos (vestiarius),
un comerciante de joyas (margaritarius),
un banquero y cambista (argentarius)
y no podía faltar el típico “bar” (popina)
donde muchos están consumiendo su primer desayuno. Toda esta calle con soportal
está muy concurrida, pues hay
un ir y venir de clientes que entran y salen de las tiendas.
Bajo los soportales entre las columnas se ven también a unos niños
jugando y gritando. Unos juegan a las canicas, otros juegan con peonzas y las
niñas están con sus muñecas de brazos y piernas móviles (pupae), mientras que sus madres están charlando sobre el último
cotilleo de la ciudad.
Emilia sale de casa con una
esclava, va a elegir unas perlas a la tienda del comerciante de gemas, tras
recorrer la calle soportalada, ve a Tito. Tito se dirige a su señora Ave domina! Ave Dave! Es
el latín el idioma de Uxama, el latín, idioma oficial del imperio que tiene un
sonido claro, brillante, lleno de frases cadenciosas y adaptadas a esta ciudad
de Hispania.
Los tres se encaminan hacia la plaza de la ciudad, su color es de
un blanco deslumbrante, de dimensiones
apabullantes, con abundancia de mármol, se trata del foro, plaza con
grandes soportales, con magníficos edificios como son el templo, la
basílica, la curia y abundantes tiendas,
las tabernae. El foro no para de
llenarse de gente, es uno de los lugares más concurridos. Es el lugar por el que
la gente pasea, donde se realizan las
compras, donde se enteran de las noticias. Encontramos a un grupo de ciudadanos
hablando de política, otros sobre la cantidad de impuestos que hay que pagar,
otros sobre los próximos combates de los gladiadores…
Emilia, Tito y la esclava recorren la plaza por un enlosado de
mármol y se dirigen hacia el templo situado en una esquina del foro. La entrada
al templo sólo está permitida a los sacerdotes, Emilia realiza una ofrenda y
recita una plegaria en el altar que está situado a la entrada del templo,
mientras se percibe un suave olor a incienso.
En la entrada de la
basílica les espera el pater familias, Cayo. La basílica es el
lugar de administración de la justicia.
En este momento se están celebrando juicios de pequeña entidad. Uno de ellos es
un caso de robo, está hablando el abogado, el pretor escucha atentamente y el
público está a la expectativa. Pero Cayo
y Emilia no se detienen ya que hoy quieren ir a visitar el mercado de ganado.
El mercado de ganado, situado en una gran plaza delimitada por
columnas, es enorme. Emilia, Cayo y sus esclavos se adentran en el sector de
ganado ovino. Dos hombres están discutiendo por el precio de un buen carnero,
mientras las ovejas balan tímidamente. A continuación aparecen las cercas en las que están rumiando
tranquilamente unas vacas, todas ellas con sus crías. También en este mercado están las jaulas de madera
por las que asoman los hocicos de muchos conejos y las crestas rojas de las
gallinas. En este momento se está regateando el precio de una cesta de huevos.
Los esclavos compran en un tenderete,
que está en el mercado del ganado, la carne que luego comerán en la cena.
Está comenzando la segunda parte de la tarde. Las tiendas están
cerradas. El foro se ha vaciado. En estos momentos, todos los habitantes de
Uxama se están dirigiendo a la última cita del día, la cena.
Los romanos organizan banquetes con amigos. Al fondo de los
soportales distinguimos dos esclavos y el amo, el dominus, acompañado por su
esposa. La pareja está yendo a la cena
de la casa de los Plintos en una litera. Se aprecia la impoluta toga del
hombre y el chal de seda de la mujer sujeto con un broche de oro.
El aldabonazo del portón resuena en el corredor de entrada de la
domus y la llamada llega hasta el atrio. El esclavo portero ya está listo para
abrir, cuando abre la puerta los dos invitados se apean de su lujosa litera.
Los invitados franquean la entrada y al llegar al atrio les dan sus
servilletas, como exigen los buenos modales y Emilia les invita a tomar
asiento. Los esclavos de la casa les quitan los zapatos y les lavan los pies
con agua perfumada. La pareja es invitada a proseguir hasta la sala del
banquete.
Una música, al principio lejana, luego cada vez más intensa,
indica a la pareja que el triclinio
ya está cerca. Se encuentra al lado del jardín: es una habitación de la casa
que se abre de un modo perfecto sobre un oasis de verdor y de tranquilidad.
También hay muchas guirnaldas de flores perfumadas y de colores que adornan la
estancia. En el centro hay una mesa redonda, baja, dispuesta con copas de plata
y unos aperitivos que los invitados han empezado a degustar.
Los invitados están tumbados sobre las famosas tres camas del
triclinio, dispuestas en forma de U alrededor de una mesa. Las camas son de un
elegantísimo color marrón, con unos grandes cojines para cada comensal. Fuera
de la sala, en un rincón de la columnata, cinco músicos tocan una agradable melodía de fondo, con flautas y liras.
Los invitados son hombres y mujeres, de distintas edades, el pretor de la ciudad y su esposa que tiene
unos preciosos ojos verdes y su cabello forma una caracola de trenzas
enrolladas. También está en el banquete una señora, muy maquillada, es la mujer
del edil de la ciudad, es impresionante su elevado peinado y el colgante de oro
que pende de su cuello, ellos son la pareja que ha venido en la elegante litera
y por último están los dueños de la casa.
Emilia va elegantísima con su estola verde oliva. En un dedo lleva
un anillo de oro muy grueso en cuyo centro destaca un rubí de un tamaño descomunal, sus
muñecas están adornadas con brazaletes decorados con dos cabezas de león y ojos de
esmeralda, en su antebrazo lleva un
brazalete plano y los lóbulos de sus
orejas están adornados de pequeñas bolitas de oro.
En cuanto se tumban en el triclinium
se acercan los esclavos que les lavan las manos, vertiendo agua perfumada con
pétalos de rosa y se secan con bellos
pañuelos de lino bordado.
Los esclavos sirven los entremeses o gustus y se van llenando las copas de vino con el mulsum, vino mezclado con miel.
Llegan
los platos principales: un estofado agridulce de jamón con manzanas, lechón
asado, las manos de cerdo rellenas, pastelillos de marisco sazonados con
pimienta, filetes de pescado con puerros y cilantro, trucha a la miel y caracoles guisados con salsa agridulce, todo ello servido en fuentes de
plata y acompañado de sopa de cebada y lentejas que se toma en tazones de
arcilla.
El
banquete sigue adelante entre comentarios, chistes y adivinanzas. Está mal
visto hablar de política. Se habla de la comparación de los méritos del cerdo
sobre los de la liebre, temas intrascendentes y todo ello acompañado por una agradable
música de fondo. Pero Cayo y Emilia asombran a sus invitados con la aparición
en el peristilo de dos acróbatas que ejecutan unos ejercicios que levantan
palmas entre los comensales.
Ahora
comienza la parte denominada secundae
mensae en la que se servirán dulces y frutas, servidas en unas
fuentes de plata elegantemente labradas Todos los invitados toman
dátiles con miel, manzanas, peras…
Se
crea o no el banquete todavía no ha finalizado es el momento de la commissatio, de los brindis a cargo del
señor de la casa y de los demás invitados. Se brinda por la salud de los
asistentes, por la buena fortuna… la
cena se prolonga con una distendida conversación a lo largo de la noche.
El
banquete ya ha terminado, ha sido un éxito, los invitados dan las gracias por
la estupenda comida, quedan para cenar otro día y marchan a sus respectivas casas en literas.
Ha sido un día agotador.
Mientras la ciudad y la casa duermen, Emilia
permanece despierta en el jardín. A su alrededor sólo se escucha el silencio.
Ella levanta su mirada y divisa un hermoso cielo tachonado de estrellas. Está
vestida con una larga túnica de seda con
un diminuto dibujo, abre los brazos como
si quisiera abrazarme pero su
mirada permanece fija, pensativa, contemplando un horizonte lejano…